No cabe duda que vivo en
una ciudad culta. En realidad vivo en un ayuntamiento anexo, pero que está solo
a 8 kilómetros de A Coruña. Tenemos Orquesta Sinfónica con concierto
semanal durante la temporada, Un mes de
Ópera y recitales líricos en el que hay un mínimo de seis y el Festival Mozart,
que se desarrolla, una vez terminado el
período orquesta, es decir durante Mayo y Junio.
Esto está dentro de lo
habitual, pero en lo esporádico rara es la semana que en alguno de los grandes
teatros, el Palacio de la Ópera, sede de la orquesta, el Colón y el Rosalía de
Castro no se programen otras actividades, y no solamente dentro de la llamada
música culta, sino también la más ligera, que no tiene por qué no ser culta
igualmente. Si miró hacia atrás un mes, recuerdo programado a Raphael, Miguel
Ríos o el dúo formado por la pianista Cristina Pato con la cantante y
violoncelista Rosa Cedrón y si miro hacia delante están ya anunciados,
Luis Eduardo Aute, Bustamante o la comedia musical “Hoy no me puedo levantar”
con música de Meccano.
Y no voy a hablar de
representaciones teatrales, tanto en castellano como en gallego, porque en ese
caso este post se reduciría a una cartelera.
Quiero escribir sobre el
Ballet Estatal Ruso de Rostov, que estuvo durante este fin de semana en el
Teatro Colón llenando sus cerca de mil localidades, el sábado con “Cascanueces”
y el domingo con “El lago de los cisnes”, ambas con música grabada, pero
perfectamente ejecutada y
reproducida de Tchaikovsky y con
las clásicas coreografías de toda la vida, es decir de Lev Ivanov y de Petipa,
respectivamente.
Fueron dos jornadas que
casi se podían definir como de final de vacaciones, pues a pesar de estar
programadas en horario de tarde, pude observar un numeroso público infantil,
especialmente niñas de diez a doce años, quizá alumnas de alguna de las
escuelas de danza que hay en la ciudad e incluso de la que existe en mi pequeño
y veraniego pueblo de Oleiros.
“Cascanueces” , es, en
realidad, un cuento infantil que los niños pueden comprender bien a poco de que
se les explique o que lean en el programa, de mano su argumento ya que incluso
está inspirado en “Cascanueces y el rey
de los ratones” de Hoffman y además se desarrolla en Nochebuena, así que nada más propio para
estos pasados días. La compañía, formada por ocho bailarines estrellas y un
cuerpo de baile de más de 40 danzarines, todos perfectamente conjuntados, hizo
un gran alarde con la corrección propia de los ballets clásicos rusos que,
quizá de tanta perfección, pueden considerarse un poco fríos, aunque esto es
una opinión personal, pues no llegan a ese neoclasicismo más libre surgido a
partir de Maurice Bejart o de Roland
Petit y que en nuestro tiempo mantienen, entre otros, Nacho Duato o Julio
Bocca. Me gustó toda la puesta en escena y los pequeños, y también nosotros los
mayores, gozamos de manera especial cuando, después de la entrada del Hada Pan
de Azucar, el rey de los ratones y Clara con su príncipe, se representan,
sucesivamente, y a manera de una fiesta, una serie de danzas como la árabe, la
de las muñecas rusas, la de las muñecas chinas, la de las muñecas francesas y
una española que nos llegó más profundamente.
Y en la noche del
domingo, la perfección total fue con “El lago de los cisnes”, con su príncipe
Sigfrido y su amada Odette, su bufón,
sus damas de corte y, sobre todo las danzas que ejecutan las bellísimas
doncellas cisne, nada menos que 24, todas ellas de blanco y vestidas con el
clásico tu-tú. Entre las que destaca, sobre todo, el paso a cuatro. Otro cuento
de hadas en el que al final, después de desecho un sortilegio, los cisnes se
convierten en muchachas para siempre y los dos amantes se encaminan hacia una
terrena felicidad.
No voy a citar nombres
porque se trata de un ballet joven, pero experimentado ya que aunque el Teatro
Roskov procede de 1930, esta compañía se formó en 2000 dirigida por el veterano
Alexei Fadeecheví.